El beso fue espontáneo y breve pero cargado de emoción. Y tuvo incluso repetición. Guillermo y Kate mostraron su amor en el balcón de Buckingham Palace y la plaza estalló en júbilo, vítores y aplausos.
Nunca una boda real fue celebrada por tanta gente. Millones siguieron el enlace de Guillemo de Inglaterra, segundo en la línea de sucesión al trono británico, y Catalina, la que ha sido su novia durante una década.
Un matrimonio con el que la corona pretende cerrar página a crisis pasadas y abrir una puerta al futuro.
El artífice de ello, Guillermo, el hijo mayor de Diana de Gales cuya muerte llevó a Isabel II a vivir sus horas más bajas de popularidad, y en el que están puestas ahora todas las esperanzas para que sea el rey del siglo XXI, un rey que conjugue tradición con cercanía y modernidad.
Fue una boda de grandes pamelas y tocados, de coloridos y elegantes trajes cortos, sobrios chaqués y barrocos uniformes militares celebrada en la solemne abadía de Westminster. En la calle fue una fiesta espontánea que se extendió a los jardines, donde miles de personas provistas de aparatos de radio y pequeñas televisiones siguieron emocionados la boda y aplaudieron a rabiar cuando Guillermo y Kate pronunciaron la frase más esperada: "Si Quiero".
Ellos sellaban así su historia de amor y los británicos ganaban una princesa. Kate entró a las once de la mañana en la abadía y recorrió durante tres minutos el pasillo central, observada por reyes, príncipes, mandatarios, familiares y algunos amigos.
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