Por Luis R. Decamps R. (*)
Una de las más deplorables novedades perceptibles en ciertos círculos políticos “opositores” de la República Dominicana consiste en que algunos de sus integrantes (inversamente a lo que ocurre con su amplia base y con los integrantes de sus instancias intermedias) parecen haber establecido, parapetados detrás de su proclamada calidad de “adversarios” del gobierno, un avispado y fructífero negociado.
(Por si alguna gente lo ha olvidado, vale la pena recordar que en la democracia se reputa “de oposición” a los partidos cuyas ideas, programa, intereses políticos y práctica cotidiana los encaran con sus pares que están ejerciendo la dirección del Estado como resultado de la voluntad popular expresada en unas elecciones convocadas con sujeción a reglas constitucionales y legales. Es decir, la “oposición” está “abajo” respecto del poder y sus melifluas “alturas”).
Ciertamente, hace ya bastante tiempo que algunos políticos “descubrieron” (el parecido con don Cristóbal Colón y sus inefables acompañantes no es culpa de nadie) que militar en una entidad opositora no es necesariamente equivalente a estar al margen de los beneficios pecuniarios que reditúa el poder (beneficios que bien pueden llegar de manera indistinta, directa o indirectamente, de litorales estatales o privados), y que semejante condición puede ser inclusive, en determinadas ocasiones, mucho más lucrativa que estar en el ejercicio de la suprema autoridad palaciega.
La situación, por supuesto, se ha intentado airear por doquier, pero el silencio cómplice (es decir, no el que celebra el bardo inglés como “mas elocuente que la palabra”) a la postre se ha impuesto. ¿No se recuerda que alguien habló hace tiempo de los “come siempre”, esto es, de los dirigentes políticos que, sin importar el partido que estuviese manejando el Poder Ejecutivo, eternamente se las arreglan para ocupar un puesto en los niveles de poder congresual, municipal o de organismos autónomos? En realidad, a despecho de su notoriedad, el asunto sigue siendo tratado entre nosotros más como sátira que como tragedia.
Ahora bien, estas notas no se refieren sólo a los santos y dichosos varones que siempre están “arriba” (pues en definitiva los “come siempre” de algún modo resultan estructuralmente legitimados por el origen popular de su elección o venturosamente “santificados” por la pertenencia al grupo hegemónico de turno en su partido) sino también, y muy especialmente, a aquellos que actualmente exhiben un discurso y una militancia “de oposición”, pero que no dudan en entenderse tras bastidores con el gobierno o sus incumbentes para obtener ventajas personales o hacer negocios con instituciones públicas.
Naturalmente, hay que aclarar que no se cuestiona aquí el derecho que tienen los dirigentes políticos metidos a empresarios o los hombres negocios que militan en determinados partidos a gestionar sus intereses pecuniarios. No, aunque tampoco debe obviarse el hecho de que un elemental sentido de la ética puede dar pie a escrúpulos de conciencia fundados en los conflictos de intereses (porque, en el fondo, negocio y política son actividades contradictorias entre sí debido a que, en general, una encarna el interés privado y la otra el interés público): con dudas y todo, nada de eso es políticamente adulterino si se establecen las fronteras de rigor.
Lo que el autor de estas líneas discute, en realidad, es apenas un matiz, si bien de una importancia cardinal para el laborantismo político decente: que las acciones u omisiones en procura de beneficios (en especie, en numerario o en influencia) se realicen teniendo como palenque la posición política o el lugar que ocupe en los poderes públicos el operario de que se trate. En este caso, obviamente, hay no sólo una violación a la Constitución y a las leyes sino también una transgresión de lesa ética. El propio Maquiavelo postulaba la desvinculación de la moral y de la política, pero no en relación con el negocio privado sino en lo atinente al manejo de la cosa pública.
(Tampoco se puede confundir, al hacer la crítica de la práctica de referencia, la situación de los dirigentes políticos que han hecho su fortuna con anterioridad a su militancia -sea por labores propias o por legado familiar- o al margen del partidarismo y del gobierno, y que se han adherido a una entidad dada con el propósito de aportar sus conocimientos, habilidades y experiencias procurando servir a su país y promover una sociedad más libre y justa, pero que no utilizan su principalía dirigencial para agenciarse negocios particulares o engrosar el patrimonio familiar o personal).
Lo cierto, lo irrefutablemente cierto es que en la política dominicana, particularmente en los últimos años, una “oposición pragmática” y de soterrado besuqueo con los adversarios en el gobierno (recordando muy bien aquello de que “el dinero no tiene ideología ni militancia partidaria”) cohabita con la oposición verdadera, esa que combate a este último y no se transa con él o sus personeros bajo ninguna circunstancia. Y -se aclara- no se habla de déficit de castidad, mesura o sentido de la responsabilidad política (elementos conductuales que, por supuesto, deberían estar presentes en un partidarismo nacional sano) sino de simple ética personal: es un execrable ejercicio de doble moral declararse adversario de quienes gobiernan y, a escondidas, juntarse con ellos para hacer negocios y repartirse los dividendos.
El oposicionismo “come siempre” se evidencia desvergonzadamente todos los días, y se le ve encarnado tanto en figuras ancestrales como en individuos de la “nueva cosecha”. Es un tipo de militancia política que amenaza con convertir a la oposición en una entidad fiduciaria secreta, tipo “Logia P2” italiana. La razón es simple: todo lo que huela a ideología, programa, praxis vertical o simple pundonor militante atenta contra sus intereses: esta gente no sólo dibuja “bembitas” cuando se le toca algún tema doctrinario o se le habla de pudor político sino que hace mutis frente a las posiciones que son demasiado “radicales” y, por añadidura, tiene la cachaza de invocar el “interés nacional” para tratar de legitimar sus sinuosos puntos de vista o sus felonas conductas de “opositores pragmáticos”.
Desde luego, el maridaje de intereses y culpabilidades anti-éticas que supone esa tendencia a los conciliábulos de negocios es, justamente, lo que explica por qué en esa “oposición” hay dirigentes que muestran tanta facilidad para saltar de bancada política: total -y el razonamiento no es necedad sino que se expone como lo hizo confidencialmente un saltarín-, si el camino de la “acumulación originaria” o de la protección y defensa de los intereses particulares es tan corto a través del gobierno, ¿para qué tomar la senda larga y trabajosa de la oposición? Es obvio que, en este caso, sólo la pertenencia a la “oposición pragmática” o la necesidad de guardar las apariencias justificarían esto último.
De todos modos, conviene aclarar -para evitar interpretaciones torcidas- que la propensión a ejercer el tipo de “oposición” en referencia no es patrimonio exclusivo de perredeistas “pragmáticos” y reformistas “históricos”. Una parte importante de los opositores del gobierno del PLD, en general y con las excepciones que confirman la regla, está sitiada o signada por esa inclinación. En verdad, los perredeistas y los reformistas “come siempre” sólo tienen un mérito, digno de ser destacado y aplaudido: han sido tan sabichosos que, no obstante las evidencias cotidianas de sus tortuosas actuaciones, en algunos círculos de su partido se les trata como dirigentes honorables y hasta se les premia con importantes funciones internas y con apetitosas candidaturas a cargos electivos en el Estado.
Hay, pues, que hacer el elogio de esos radiantes opositores “come siempre”, y como al suscrito (por unas viejas, necias y desacreditadas vainas llamadas “principios”) le está vedada toda posibilidad de emular la popular “filosofía vital” en este tenor de don Carlos Batista Matos (quien proclama que “lo único malo es que a mí no me toca nada”), no tiene más opción que postrarse reverentemente ante ellos… ¡Salve, césares, los que estamos “abajo” y aún creemos en pendejadas como la honradez y el decoro, nos inclinamos a saludarlos como borregos desmadrados!
(*) El autor es abogado y profesor universitario
No hay comentarios:
Publicar un comentario