Camilo Bonetti
En
nuestro país, en todas las épocas y en las diversas sociedades, capitaleñas,
provinciales y municipales, siempre han surgido personas que acaparan en sí
todo un caudal de condiciones.
En el
deporte, en el folklor, en la política; estos personajes concitan la atención
de la colectividad, se convierten en guías o en ejemplos a imitar:
Don Paco
Escribano, Freddy Beras Goico, el Dr. Zaglul, Juan Marichal, Sammy Sosa, Antonio de la Maza y hermanos,
Manolo Tavárez Justo, don Juan Bosch,
José Francisco Peña Gómez y tantos otros a los que, el Pueblo, recuerda con
amor, cariño y respeto, por todo lo que hicieron en beneficio de sus
coterráneos.
Ha
habido otros, en cambio, que sus conductas les colocan en la acera de enfrente,
son antípodas de los primeros. En estos
no aparecen condiciones positivas. Todo
lo contrario, son antivalores. En ellos la crueldad, la hipocresía, la
falsedad, la propensión a la calumnia, el ansia desmedida por el dinero fácil y
la enfermiza manía de hacer daño a sus connacionales es materia corriente y
abundante. Estos seres producen repulsión
y asco solo de pensar en ellos.
Qué
sentimos, en nuestro fuero interno, al oír mencionar los nombres de: Johnny Abbes
García, Alisinio Peña Rivera, el periodista Rafael Bonilla Aybar (Bonillita), y
a Vincho Castillo?
Sobre
todo el Dr. Marino Vinicio Castillo (Vincho)!
¡Histriónico, sofista!
No
se encuentra su nombre defendiendo alguna causa popular, de las tantas que ha
librado el Pueblo Dominicano, en los últimos 50 años para afianzar la
democracia y sus instituciones
Un
somero análisis de su historial nos muestra que siempre ha estado al servicio
de los poderosos y de las peores causas: Al servicio entusiasta al Trujillato;
al servicio del Caudillo reformista que produjo El Gacetazo del año 1978 y el
subsecuente Fallo Histórico que despojo de varios senadores al PRD, y la
subsecuente mayoría en el Senado, lo que a su vez impidió someter a la justicia
a muchos de los culpables de crímenes y delitos durante los doce años de
Balaguer.
Lo
encontramos también al servicio de los que cometieron los fraudes del Baninter
para hacer aparecer este crimen lesa patria y a sus autores como victimas de
una política errónea del gobierno de Hipólito Mejía.
Este
fraude bancario hacía más de una década que se cometía, a la vista de las
autoridades de ese momento; hasta que el gobierno de Mejía, en el 2003,
descubrieron el delito que se venía ejecutando y, el Presidente Mejía, rápido y
con firmeza, actuó responsablemente sometiendo a los autores a la justicia.
Los
que desde tiempo atrás conocían este hecho, autoridades nacionales y foráneas;
o estuvieron ciegos o fueron cómplices.
De lo que no hay dudas es que a Vincho Castillo, y a su oficina de
abogados, les tocó una gran tajada por
sus servicios profesionales en defensa de estos pulcros y dignos ciudadanos.
Logró,
también, Vincho Castillo, que el Presidente Leonel Fernández le devolviera el
Listín Diario, cuerpo de delito en el caso Baninter, al padre del que cometió
el robo. Un premio al delito de cuello
blanco!
Como
zar y asesor del Presidente de la República en la lucha contra las drogas su
posición ha sido extremadamente reaccionaria.
No hay más que analizar la
posición de los grandes dirigentes mundiales hoy día, una gran cantidad de
ellos señalan la conveniencia de cierta tolerancia. La guerra a muerte, posición del doctor
Castillo, se ha demostrado que ha fracasado.
Recuerdo
que, en su lecho de enfermo, ya casi moribundo, el doctor Peña Gómez sufrió
mucho por una bajeza en su contra, puesta a circular en los Estados Unidos y en
Dominicana, que lo vinculaba al trafico de drogas.
En
medio del dolor se elevó el doctor Peña Gómez a alturas pocas veces alcanzadas
por dominicano alguno y respondió a sus calumniadores con aquel bellísimo
poema: “¡Yo les perdono!”
En
ese tiempo corrió el rumor de que, de una oficina conocidísima de abogados
dominicanos, enfermizamente enemigos de Peña Gómez y del PRD, salió la infamia.
Recuerdo,
también que, en una mañana inolvidable, en el velatorio del egregio Líder, en
el Centro Olímpico, en aquel memorable 1998; una señora de las clases humildes
cayó con ataques histéricos al suelo gritando;
“Fue Vincho quien le mató! … Fue
Vincho!
¡Esos
gritos electrificaron a muchos hombres que, compungidos por el dolor de la
irreparable pérdida, quisieron salir a buscar a aquel a quien se señalaba como
responsable de tanto dolor y daño; para exigirle cuentas y castigar la infamia
cometida!
¡Raudo
como el rayo, el compañero Hatuey D´Camps se interpuso entre la salida y este
contingente de furiosos hombres!
A
durísimas penas logró Hatuey convencerles e impidió que salieran a cumplir su
propósito!
¡Mucho
he pensado en aquella mañana de 1998!
¡Se equivocó el compañero Hatuey!
¡Bueno,
un error lo comete cualquiera!
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