Por Luis R. Decamps R. (*)
El licenciado Danilo Medina, auscultado al margen de toda pasión política, es uno de los menos zarandeados dirigentes del PLD, pues su conducta personal y política, hasta el momento y mientras no haya prueba en contrario, sólo presenta los lunares que deja inevitablemente la cercanía o la simple colusión con un gobierno tan éticamente pútrido e ineficiente como el actual.
Más aún: el candidato presidencial del PLD, concomitantemente, se ha proyectado en el escenario nacional como uno de los dominicanos mejor preparados y situados para gobernar, y sea esto verdadero o no (pues únicamente se sabrá a ciencia cierta si logra terciarse la banda presidencial) constituye de por sí un reconocimiento social envidiable para cualquier ser humano, y muy especialmente si éste es parte del a veces turbio entramado de la política.
En efecto, con una imagen de hombre honesto a pesar de ser peledeísta, dueño de un buen discurso sin ser un gran orador, portaestandarte de una apuesta programática interesantísima sin ser ideólogo ni estadista de fuste, y hasta con una aureola de político sensible sin exhibir raíces populares ni referencias reivindicadoras claras en su accionar dirigente, el licenciado Medina está actualmente colocado entre los presidenciables con mayores credenciales y posibilidades de cara a las elecciones del año venidero.
Sin embargo, en honor a la verdad y para su desventura, el reputado líder de una de las dos facciones fundamentales del peledeísmo, si nos atenemos a lo que ha sido su historial como aspirante presidencial y a la realidad nacional de hoy en lo atinente a las predilecciones electorales, parece estar marcado por un sino muy singular: cuantas veces ha asumido o intentado asumir la candidatura sustantiva del PLD ha debido encararse con escollos de dimensiones infranqueables o colosales.
Como habrá de recordarse, en el año 2000 el actual abanderado electoral peledeísta, armado también con un magnífico discurso y escudado tras el liderazgo aún sin plena definición del doctor Leonel Fernández, encarnó infructuosamente las aspiraciones de su partido de mantenerse en el poder en un momento histórico en que la gente se sentía frustrada por las ejecutorias gubernamentales del PLD y, al mismo tiempo, estaba hastiada de las recurrentes cruzadas anti perredeistas de la vieja caverna política del país.
(Bueno, talvez debamos ser más específicos: es cierto que en año citado el PLD -algo más del 25% de los votos- y sus aliados del conservadurismo vernáculo -alrededor del 24%- fueron apabullantemente derrotados en términos políticos y electorales por el ingeniero Hipólito Mejía -48.98%-, un dirigente perredeísta de carisma personal y capacidad de sintonía con el pueblo que desbordan los límites de su propia organización, pero también es verdad que la principal antagonista de la candidatura peledeísta era de otra naturaleza: la Historia, que siempre es implacable con los que desafían sus irrepresables corrientes o se ubican en la “acera del frente” con relación a su signo epocal).
En el año 2007, teniendo como telón de fondo al proceso electoral del año siguiente, el licenciado Medina, entendiendo que ese era su “tiempo” (la consigna de campaña que adoptó era reveladora de su consideración al tenor: “¡Ahora es!”), se enfrentó al doctor Leonel Fernández (hasta la época casi su alter ego en la estructura del PLD y en el Palacio Nacional), y a pesar de que todo indicaba que se trataba de un “momentum propicio” para sus aspiraciones presidenciales (dado que la oposición lucía timorata y dividida a resultas de la “resaca” de las dos elecciones precedentes, y el peledeísmo gobernante aún gozaba de cierta credibilidad), a la postre fue víctima de una desconsiderada campaña interna de depredación política en la que no se paró mientes para usar contra él la poderosa logística gubernamental. Lo que ocurrió, en términos prácticos, lo dijo el propio licenciado Medina con inusitada sinceridad e inocultable amargura: “El Estado me derrotó”.
Ahora, mirando hacia las elecciones del año venidero, el licenciado Medina ha sido favorecido por el hecho de que la Constitución le prohíbe al doctor Fernández aspirar a la reelección (desde luego, muy a contrapelo de los íntimos deseos de éste, que hasta el último momento trató de convencer a los dominicanos de lo contrario), y la candidatura presidencial le ha caído en las manos casi por gravedad (nadie pudo en el PLD orquestar una opción interior verdaderamente competitiva frente a él), pero nuevamente las circunstancias históricas tienden a operar febrilmente en su desmedro: el partido que lo postula luce debilitado y desmoralizado; el presidente Fernández no acaba de convencerse de que una victoria suya sea favorable para los planes de regreso que prefigura en el 2016; el electorado peledeísta está frustrado y escéptico; y en el pueblo dominicano hay en erupción un verdadero volcán de rabia y aborrecimiento contra el gobierno… En suma: las corrientes de la Historia aparentan obrar a favor del cambio político, y el licenciado Medina, a ojos vista, no representa ni por asomo esta última tendencia política y factual.
La verdad es, pues, que el candidato peledeísta, guardadas las diferencias de tiempo, espacio y circunstancias (e inclusive más allá de lo que se ha afirmado respecto al abrumador descrédito del régimen peledeísta y a la “tirria” social que actualmente se percibe contra sus funcionarios), una vez más tiene la mala fortuna de encabezar una opción electoral absoluta y totalmente ubicada de espaldas a la Historia: representa a las fuerzas sociales, la racionalidad política, el estilo de gobierno, el equipo dirigente y el modelo económico que el devenir reclama excluir de la conducción estatal so pena de seguir pavimentado el camino para precipitar a la nación hacia un abismo situacional de imprevisibles consecuencias.
En cambio, diferente, muy diferente es el caso del ex presidente Hipólito Mejía, quien comenzó su accionar de líder con proyecciones nacionales en 1990 al lado del doctor José Francisco Peña Gómez como compañero de boleta, en el 2000 resultó victorioso en un proceso electoral en el que se enfrentó no sólo al licenciado Medina sino también al doctor Joaquín Balaguer, fue candidato a la reelección en el año 2004 y obtuvo casi un 33 por ciento de la votación en medio de circunstancias dramáticamente adversas, y entre 2009 y 2010 protagonizó un espectacular retorno político (caracterizado por un meteórico ascenso en el favor partidario y popular) que lo condujo a ganar la candidatura presidencial de su organización en el año en curso y, posteriormente, a posicionarse como el puntero en las preferencias electorales para las próximas elecciones… Al ex presidente Mejía nada ni nadie le han regalado ninguna candidatura presidencial: siempre la ha obtenido con base en su trabajo tesonero, sus habilidades políticas y sus singulares condiciones como individuo y como líder.
Todo eso es lo “tangible”, lo concreto, lo que se percibe y lo que se siente en estos instantes en el panorama nacional (a despecho de las ridículas y extemporáneas evocaciones al pasado que hace la publicidad oficialista para tratar de desmeritar la opción presidencial del ex presidente Mejía), y será muy difícil (por no decir imposible) que algo de eso cambie en los próximos once meses aunque los peledeístas resuciten al doctor Joseph Goebbels y lo designen asesor de campaña, persistan en su ya inveterada manía de hacer uso de “los millones de Chanflán” para tratar de doblegar voluntades, o pongan una vez más el Estado al servicio de su boleta electoral… La cuestión, a la larga, es más que simple: la mayoría de los dominicanos están hartos del gobierno del PLD, y desdichadamente su continuidad, como contrasigno de la Historia, es lo que representa actualmente el licenciado Danilo Medina.
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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