El exgobernador del Estado de México, el más poblado de la federación, sale con una ventaja de 15 puntos, según la mayoría de las encuestas, sobre su principal rival, Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN) en el poder en los últimos 12 años— y casi del doble sobre el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
El PRI busca una victoria por amplia mayoría y el fortalecimiento del presidencialismo, devaluado tras dos sexenios panistas. “De lograrlo, el equipo de Peña Nieto podría imponer el modelo de Putin, acotando los espacios de libertad”, afirma el escritor y periodista Jorge Zepeda, quien sostiene que otra facción del partido, encabezada por el senador Manlio Fabio Beltrones, es partidaria de “una reforma política que relegitime y de estabilidad al sistema”. “Habrá que esperar los resultados para ver qué corriente de opinión se impone”, añade.
Pero la larga y carísima campaña electoral mexicana —hay que sumarle casi seis meses de precampaña oficiosa— aún puede deparar sorpresas. De hecho, los indecisos rondan el 20%. Sin embargo, Peña Nieto ha mantenido la distancia sobre sus adversarios en todo este tiempo y el PRI, que gobierna en 20 de los 32 Estados, se presenta como un partido cohesionado con una maquinaria electoral perfectamente engrasada.
El PRI ha trabajado a fondo sus listas de candidatos —además de a la presidencia, hay elecciones al Congreso y en varios Estados— y preparado un aluvión de vídeos electorales de mucha mayor calidad que sus rivales. El equipo de campaña de Peña Nieto ve en el presidente Felipe Calderón —que no ha parado de inaugurar obras públicas por todo el país en los últimos meses— un enemigo mucho más peligroso que Vázquez Mota.
Temen el lanzamiento de misiles por parte de Los Pinos, dosieres que impliquen en casos de corrupción a figuras del partido, y se resienten especialmente de la idea propagada por el Gobierno de que votar PRI significa connivencia con el narco.
Atrás parecen haber quedado los deslices de Peña Nieto —la confusión de autores y obras o ignorar la cuantía del salario mínimo— y la dimisión del presidente del partido, Humberto Moreira, por su implicación en el escándalo de la deuda del Estado de Coahuila cuando era gobernador. “Aquello fue lo mejor que pudo pasarle al PRI porque eliminó la idea de que las elecciones estaban ganadas”, afirma Zepeda, que prevé una campaña de “escaso riesgo” por parte del candidato.
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