miércoles, 6 de julio de 2011

Danilo y el PLD: Maullidos del “GATOPARDO”

    Por Luis R. Decamps R. (*)

    Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), narrador y ensayista italiano de muchas luces pero escasas resonancias públicas, fue quien virtualmente legó a la política, a través de una novela de telón histórico que se publicó y convirtió en un “best seller” luego de su muerte, el concepto de “gatopardismo”, tan popular entre los intelectuales latinoamericanos de las postrimerías del siglo XX que se arrimaron al pensamiento neoliberal tras desertar ruidosamente del marxismo.

    El concepto de “gatopardismo”, ciertamente, resultó asumido y perfilado en la literatura política a partir de la obra titulada “El gatopardo” (traducción no muy exacta al español de la denominación original en italiano), hecha pública en 1958 después de ser reiteradamente rechazada en vida de su autor por editores e impresores, y designa en sentido amplio, dentro de la actividad partidarista, a la actitud de promover cambios (ataviados con el ropaje de “lo nuevo” y calculadamente dirigidos) para garantizar que no se modifique el “status quo” o estado general de cosas vigente.

    La idea matriz, la base epistemológica y los alcances fácticos del “gatopradismo”, en tanto “saber y praxis de la política”, están resumidos en la célebre frase de uno de los personajes de la novela de referencia (Tancredi, sobrino de don Fabrizio Salina, el patriarca de una renombrada familia de la nobleza italiana) a propósito del avance de las tropas republicanas capitaneadas por Garibaldi y la inminencia de su victoria: “…Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.      
  
    La nada sorpresiva elección del licenciado Danilo Medina como candidato presidencial del PLD no sólo apunta a darle configuración formal al “menú principal” que tendrá ante sí el electorado nacional para el proceso comicial del año venidero sino que, al mismo tiempo, en virtud de la peculiar naturaleza y las forzosas características de la opción partidista que representa, obliga al observador a evocar inevitablemente el fenómeno del “gatopardismo”.    

    (Desde luego, el fenómeno más visible del proceso electoral del 2102, aunque no parezca tan curioso, es otro: ya nadie duda de que nuevamente el PRD y el PLD monopolizarán la liza electoral, y los votantes deberán escoger entre dos candidatos de centroderecha -ambos contiguos al pragmatismo y no al doctrinarismo, pero con “acentos programáticos” distintos- postulados por dos partidos más o menos de centroizquierda que están emparentados históricamente y que, a contrapelo de la feroz beligerancia de sus querellas en los temas que se refieren específicamente a la cuestión del desarrollo humano, comparten escenarios de ascendencia social bastante colindantes).

    La evocación al “gatopardismo”, por supuesto, se hace mucho más viable y lógica entre nosotros y en el momento actual, probablemente al margen de los deseos del peledeismo no leonelista situado fuera del poder, porque la propia divisa de campaña del licenciado Danilo Medina tiende a inducirla con toda la frescura del mundo (la cita no es necesariamente textual): “Corregir lo que está mal, continuar lo que está bien y hacer lo que nunca se ha hecho”. La lectura no puede ser más simple: hacer cambios para que todo siga igual. Es decir, en otras palabras: lo mismo y otras cositas más, pero con Danilo en vez de Leonel. El rastro de “gatopardismo” resulta demasiado palmario, y para fines prácticos sería como si adelantáramos el “Día de de los Santos Inocentes”, pero sin rememorar a los mártires. 
   
    En tales circunstancias, es imposible evadir la inferencia de que la posible marcha hacia el porvenir inmediato de la candidatura del licenciado Medina (un hombre, por otra parte, bastante bien preparado para gobernar y que proyecta la imagen de que tiene “luz propia” dentro del PLD) podría compararse con la indeseable y contraproducente “tareíta” diaria de Sísifo, el personaje mitológico que (dizque debido a su renuencia a desaparecer del mundo de los mortales) fue condenado a llevar eternamente rodando hacia la parte más empinada de cierta ladera una gigantesca roca que siempre terminaba precipitándose inexorablemente hacia abajo. O sea: la marcha del abanderado electoral del PLD devendría, en muchos sentidos, una labor definitivamente “cuesta arriba”.

    Por lo demás, el licenciado Medina, en términos más concretos, tendrá que encararse con obstáculos de ostensible consideración: el hastío de gran parte de la sociedad dominicana ante la ya excesivamente larga administración peledeísta, la abracadabrante situación económica y social de la nación, la percepción colectiva de que los peledeístas han permitido que el país haya sido tomado por la corrupción y la inseguridad ciudadana, la vigorosa candidatura presidencial del ex presidente Hipólito Mejía y, por añadidura, la sospecha generalizada de que el presidente Leonel Fernández no está interesado en que el postulante del PLD resulte ganador en las próximas elecciones.

    En adición, pues, a la natural percepción de que su candidatura es políticamente la de un “gatopardo” (la misma gente seguiría gobernando si él gana las elecciones y, por lo tanto, nada cambiaría en el país), el candidato peledeísta deberá plantarse con una serie de “handicaps” específicos (y muy del presente) ante los que ni el gobierno ni él mismo tienen respuestas inmediatas o factibles que eventualmente garanticen una “vuelta de tuerca” a su favor en la conciencia individual… Un chusco, debido al dilema casi surrealista que tiene por delante, no vacilaría en recomendarle al licenciado Medina que se apresure a tratar de contratar los servicios de don Indiana Jones, preferiblemente con el avispado Rapaz, su inefable compañerito de aventura tan amigo de lo ajeno.  

    (Correlativamente, el ex presidente Mejía tiene bastante expedito el camino hacia el éxito comicial: literalmente renacido de sus propias cenizas como el Ave Fénix al empuje de su extraordinario carisma personal y con un grito de guerra que simboliza, grafica e interpreta el estado de indefensión en que se siente la ciudadanía -“¡Llegó papá!”-, encarna actualmente las ansias de cambio de la sociedad dominicana, hace énfasis en puntos programáticos en los que ha fracasado la administración peledeísta, promueve una modificación radical en las prioridades gubernamentales, y oferta una postura de combate beligerante contra la corrupción y la inseguridad que tiene sus mejores referencias en su vida personal y en sus caracteres de estadista consumado).          

    La conciencia de las realidades precedentes es, pues, lo que hace entendible que el PLD y el gobierno (y también los seguidores del licenciado Medina que nunca han dejado de beneficiarse del erario, casi todos enquistados en los medios de comunicación) hayan estado tratando de encausar el debate político nacional en dirección al pasado (invocando repetitivamente los fantasmas de la crisis financiera de 2003, ¡ocho años después de que ellos asumieran la dirección de la cosa pública!) y el futuro (haciendo nuevas y más audaces promesas de cambio en el mejor estilo del “gatopardismo” latinoamericano)… El asunto no tiene misterio alguno: sin dudas, a los peledeístas no les conviene para nada hablar mucho del presente.

    La verdad es, no obstante, que si se juzga a partir del estado de indignación, repudio y alerta generales frente al gobierno y el PLD que es perceptible hoy día en la sociedad dominicana, la conclusión no luce descaminada: al licenciado Medina, a despecho de sus merecimientos personales y de sus virtudes como político y estadista, no le resultará fácil convencer a la gente de que él no representa “más de lo mismo”… La diferencia entre maullidos y trinos, aún en la “era” mediática y clientelista del divino y nunca bien alabado peledeísmo “progresista”, sigue siendo abismal, y sólo los ahítos de idiotez o de hartazgo pudieran, con aire decididamente amanerado, no reparar en ello.    

(*) El autor es abogado y profesor universitario



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