domingo, 17 de julio de 2011

Facundo Cabral, filósofo social de los pobres.

''Hay muertos que van subiendo cuanto más su ataúd baja''
Manuel Del Cabral
Cuando el Sábado en la mañana abrí mi computadora lo primero que ví fue la noticia de la muerte trágica del cantautor argentino Facundo Cabral. No podía creerlo. No estaba preparado para recibir una noticia tan fuerte. Comencé entonces a llamar a algunos amigos mientras recibía al mismo tiempo llamadas de otros que, como yo, también estaban llenos de espanto ante una muerte tan trágica y tonta.
 Esa fue la noticia del sábado. Todo el mundo hablaba de quien conocemos como uno de los mejores representantes de la música de contenido social, un hombre que dedicó toda su vida a cantarle al amor y a los problemas sociales que padecemos
 los que vivimos en los países subdesarrollados como producto del mal manejo de los fondos del estado por gobiernos que se suceden y que compiten en maratones de despilfarro de los recursos del estado.
 Facundo Cabral, más que un cantautor que libró siempre un combate contra las injusticias sociales, fue al mismo tiempo un filósofo social, un artista impregnado de una sensibilidad sin límites y de una sencillez sin par. Cómo nos afectó y nos afectará todavía durante mucho tiempo su muerte, que no fue cualquier muerte, ya que sabemos  fue de una violencia que no se corresponde con la persona de un gran poeta que siempre le cantó al amor y a la paz, que siempre militó por los pobres y mantuvo un discurso digno y humano, un discurso lleno de amor y carente, por consiguiente, de todo odio o mezquindad.
Facundo es de esos muertos que bajando a la tierra ascienden a la memoria colectiva de los pueblos. Él es de esos hombres que mismo la muerte no es capas de atajar su ímpetu, su energía, su entrega, ese amor social por los más pobres del continente. La muerte de Facundo Cabral fue la aberración más grande de Dios después del capitalismo. No podemos dejar que él  muera. No podemos dejar que él se vaya así tan de repente, sin tiempo de decirnos adiós, sin una sonrisa suya que caiga en las masas.
Hoy estamos de luto porque los árboles no se mueven. Hoy estamos de luto porque las calles sin su nombre no son ya caminos. Hoy estamos de luto porque perdió una uña la esperanza. Perdió un tronco de de paz la ternura. Perdió sus dos pies la esperanza. Hoy estamos de luto porque sonrió quizá hoy la noche. Porque quizá bailan agitadas las sombras. Cuando supimos de su muerte hubieron tantas muertes sucesivas. Hubieron tantas lágrimas amontonadas. Tantas sonrisas hechas prisioneras.

Yo lloré como un niño cuando supe que fue la metralla. Salieron incontables lágrimas de mis ojos cuando supe que calló bajo las balas. Su muerte fue un instante de muerte en mi alma. Un evocar y evocar mi propia muerte. Un querer quedarme sentado para ver pasar los siglos. Él no era ni de aquí ni de allá, él era de todas partes, de todos los pueblos. Filósofo de los oprimidos y de todos. Pequeño Dios de la ternura. No podía ser esa muerte su muerte. No podía venir del metal ni del odio. No podía venir de la ignorancia. No, no podía llegar de la noche profunda. De los abismos profundos.

No podía ser esa su muerte. Balas que se suceden derribando primaveras y mañanas de aceras floridas. Balas empuñadas por cerdos que no tienen nada que ver con la aurora. ¡Balas! ¡Balas asesinas! Siempre hay algo de oscurantismo en la muerte de un militante como facundo. En la muerte de un revolucionario como Facundo Cabral. Facundo amigo de los pobres, Facundo amigo de los explotados, Facundo amigo de los sin tierra, Facundo, Facundo amigo del futuro irreversible de los pueblos.


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